El mar no solo es agua y sal. Es memoria, trabajo y sustento. En cada ola que rompe contra los muelles de Getaria, Orio y Hondarribia, hay siglos de historia, generaciones de pescadores que han desafiado el Cantábrico y una tradición que se ha mantenido viva a pesar del paso del tiempo.
Las cofradías de pescadores en el País Vasco son instituciones que llevan más de cinco siglos organizando la vida de quienes dependen del mar. Nacieron en la Edad Media como gremios de apoyo mutuo, con el fin de regular la pesca, proteger a los marineros y establecer normas que aseguraran la sostenibilidad de los caladeros.
Getaria, Orio y Hondarribia, tres localidades con raíces pesqueras profundas, vieron florecer estas cofradías en sus muelles. Orio, por ejemplo, ha sido cuna de grandes remeros y una de las localidades más ligadas al remo como deporte, una herencia de la destreza marinera de sus pescadores. Getaria, tierra natal del ilustre Juan Sebastián Elcano, ha sido históricamente un puerto estratégico donde se faenaba el besugo y la anchoa con maestría. Hondarribia, con su imponente bahía de Txingudi, ha visto partir generaciones de barcos a la caza de grandes capturas, al tiempo que forjaba un casco histórico lleno de historia marítima.
Durante siglos, estos pescadores dependieron de la intuición y la experiencia transmitida de padres a hijos. La comunicación con tierra firme era rudimentaria: señales de humo, banderas en los barcos o mensajes enviados con embarcaciones más pequeñas que volvían a puerto antes de que llegaran los grandes atuneros. Cada jornada en el mar era una apuesta contra el tiempo, el oleaje y la incertidumbre.
Si los pescadores son quienes surcan las aguas, las rederas son las guardianas invisibles que sostienen la pesca desde tierra firme. Durante siglos, han trabajado incansablemente reparando redes con una precisión asombrosa, asegurándose de que cada malla esté lista para resistir la fuerza del mar y las embestidas de los peces.
En Getaria, en el Edificio Txoritonpe, las rederas han desarrollado su labor artesanal de generación en generación. Con manos expertas, cosen, refuerzan y restauran redes que pueden llegar a medir cientos de metros. Una red en mal estado puede significar la pérdida de toda una captura, por lo que su trabajo es tan crucial como el de los propios marineros.
Este oficio, desempeñado en su mayoría por mujeres, no solo exige destreza y paciencia, sino también una gran resistencia física. Antiguamente, las rederas trabajaban al aire libre, expuestas al viento y la lluvia, dobladas sobre enormes montones de hilo y cuerda. Se cuenta que, en los días más fríos, calentaban sus manos con braseros improvisados, y que algunas rederas de antaño, en sus descansos, cantaban coplas tradicionales mientras cosían, creando una banda sonora peculiar en los muelles.
Además, las rederas no solo arreglaban redes, sino que también eran fuente de información y estrategia. Muchas veces, escuchaban los relatos de los marineros sobre las zonas donde los bancos de peces eran más abundantes, y cuando los barcos regresaban al puerto, eran ellas quienes informaban rápidamente a los patrones sobre qué cuadrillas habían tenido mejor suerte en el mar.
El mundo pesquero está lleno de historias curiosas, desde supersticiones hasta ingeniosas estrategias para engañar a la competencia.
Por ejemplo, en Hondarribia, los viejos pescadores creían que ver una monja antes de zarpar era un mal presagio. Si alguien la veía en el puerto, posponía la salida, aunque eso significara perder un buen día de pesca.
Otra superstición curiosa era la de los plátanos. En muchos puertos, incluyendo los de Getaria y Orio, llevar plátanos a bordo era considerado un signo de mala suerte. Se decía que traerían tormentas o harían que los peces evitaran las redes. Aunque nadie sabía exactamente por qué, nadie quería arriesgarse.
Otra historia famosa ocurrió en los años 80, cuando los barcos de Hondarribia salían a la pesca del atún. En aquella época, los patrones usaban emisoras de radio para comunicarse con tierra. Un día, uno de ellos anunció en abierto su posición exacta tras encontrar un gran banco de atunes. Lo que no sabía era que otros barcos estaban escuchando la frecuencia, y en cuestión de minutos, la zona se llenó de embarcaciones rivales que aprovecharon el hallazgo.
Desde entonces, los patrones comenzaron a usar códigos secretos para referirse a los mejores caladeros, asegurándose de que su información no fuera interceptada.
En la actualidad, la pesca sigue siendo una actividad esencial en estas localidades, pero el mundo ha cambiado. Las Cofradías de Getaria, Orio y Hondarribia han entendido que la modernización es clave para seguir adelante sin perder su esencia.
Aquí es donde entra en juego Nubip, un aliado en esta transformación. Gracias a su trabajo, las cofradías han pasado de una conectividad casi inexistente en algunos puntos a contar con infraestructuras digitales modernas, que garantizan la coordinación fluida entre pescadores, rederas y lonjas.
En el Edificio Txoritonpe de Getaria, donde las rederas desarrollan su trabajo, no había cobertura móvil y las instrucciones debían darse en persona o con teléfonos personales desde zonas con señal.
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